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miércoles, 22 de mayo de 2013

Si la Biblia no fuera nuestra guía






Si la Biblia no fuera nuestra guía, estaríamos llenos de problemas:

Habría muchas versiones de lo que “Dios ha dicho”, y cada quien escogería la que más le conviniera.

Habría tantos grupos, cada quien con su doctrina particular, que al final los que no son creyentes no sabrían quién está en la verdad (o incluso, dudarían que hay una Verdad).


Sufriríamos demasiado al tomar decisiones: en vez de hacer lo que Dios dice, haríamos lo que otros nos aconsejan, lo que conviene en el momento, o lo que nos dice nuestra experiencia, lo cual nos llevaría a resultados desastrosos, y estos  a su vez a decisiones peores.

Si la Biblia no fuera nuestra guía, las iglesias serían un ambiente idóneo para los conflictos, pues no solamente no querríamos resolverlos, sino que cuando quisiéramos hacerlo, recurriríamos a nuestras emociones y deseos, en vez de seguir las claras instrucciones de Dios. El perdón sería sólo un extraño concepto proveniente de la iglesia primitiva, pero claramente no aplicable a nuestra época.

Si la Biblia no fuera nuestra guía, la pasión por evangelizar se diluiría entre otros tantos asuntos más importantes, como encontrar un lugar de reunión más grande, o comprar más sillas, o quizá pagar las cuentas de los servicios del templo. Ser un misionero sería algo absurdo, o en el mejor de los casos, incomprensible. Ningún padre de familia alentaría a sus hijos a predicar, tampoco le pediría a Dios que los usara con todo su poder (porque eso quizá implicaría que realmente Dios los lleve lejos de su casa, a lugares “peligrosos”, a dedicarse a algo que no es lo que han planeado para ellos).

Si la Biblia no fuera nuestra guía, los pastores tomarían decisiones de acuerdo a la posición que se “han ganado”, y a su “sabiduría”. Se dejarían influenciar por el poder, el dinero, o la fama, y harían lo necesario para que esto no se acabara… aunque eso implicara desobedecer lo que Dios les ha ordenado. La predicación se concentraría en hablar a las emociones del hombre, y en cómo ayudarle a “ser mejor”. Omitiríamos aquello que pueda sonar ofensivo, o hiriente, aunque sea lo que ellos desesperadamente necesitan escuchar. Haríamos lo que fuera necesario para que las “ovejas” no se vayan de nuestra congregación, aunque eso implicara consentir el pecado, y abandonar nuestra misión. Querríamos quedar bien con ellos, aunque quedáramos mal con Dios.

Si la Biblia no fuera nuestra guía, no habría forma de saber que el yugo desigual no sólo aplica a los noviazgos y matrimonios entre creyentes y no creyentes, sino también entre cualquier otro tipo de alianzas (de negocios, académicas, políticas, etc.), lo cual no solo permitiría que los jóvenes se siguieran casando con personas no creyentes (pues siempre habría la esperanza de “convertirlos”), sino que los hombres y mujeres de la iglesia no sabrían por qué fracasan constantemente en sus negocios, trabajos, escuelas…

Si la Biblia no fuera nuestra guía, la usaríamos sólo para justificar nuestras costumbres y tradiciones. Nuestros prejuicios serían en realidad “la ley” a seguir. Acomodaríamos sus enseñanzas a nuestros pensamientos y actitudes, en vez de dejarnos moldear por ella. El éxito en nuestros ministerios no se mediría por nuestro empuje en la evangelización mundial, o por la obediencia a lo que el Señor nos demanda, sino por los números en nuestras reuniones, lo grande de nuestras cuentas bancarias, la fama de nuestra congregación, o la grandilocuencia de nuestros informes a la iglesia. Nuestra prioridad cambiaría de ganar almas para Dios, a ganar posiciones e influencia en el mundo.
Si la Biblia no fuera nuestra guía, el pecado se fortalecería, y abundaríamos en frases como “Dios me acepta tal y como soy”, “nadie es perfecto, estoy luchando con este pecado”, “ahí la llevo”, sólo para justificarlo. Al final, nuestro juicio y discernimiento estarían tan deteriorados que terminaríamos llamando a lo bueno malo, y a lo malo, bueno.

Si la Biblia no fuera nuestra guía, abandonaríamos nuestro deber fraternal de aconsejar, exhortar, corregir a nuestros hermanos. Veríamos con malos ojos a quienes “se atreven” a acercarse a nosotros para hacernos ver alguna actitud negativa, o mostrarnos lo que el Señor desea de nosotros. Nos declararíamos incapaces o “sin derecho” a mostrarle a alguien su error (evidenciando nuestra falsa humildad), a pesar de que el Señor nos ordena servirnos mutuamente en nuestra edificación. Cada quien “se rascaría con sus propias uñas”, cerrando nuestros ojos a la necesidad espiritual de los demás.

Si la Biblia no fuera nuestra guía, oraríamos solamente cuando estuviéramos en problemas. Dios sería más como un Santa Claus senil, a quien exigirle nuestros deseos y con quien enojarnos cuando no los obtengamos. Olvidaríamos que la oración es en realidad un privilegio nuestro, y que la persona que nos escucha es el Ser más poderoso del universo. No habría forma de ver nuestro progreso espiritual, pues para ser “cristiano” simplemente bastaría con asistir a la iglesia, dejar alguna “ofrenda”, llevarse bien con el pastor o algún otro líder influyente, ser lo suficientemente bueno como para “camuflajearse” entre la multitud, o decir que pertenecemos a tal o cual familia de la congregación.

Si la Biblia no fuera nuestra guía, nuestra fe se reduciría al simple “hasta no ver, no creer”. No habría un registro de los hechos poderosos del Señor, por lo que el desánimo estaría a la orden del día. Las enfermedades, problemas familiares o económicos, o cualquier otra circunstancia serían suficientes para abandonar nuestra dependencia en Dios, pues no sabríamos que en medio de todo eso el Señor está trabajando para hacernos madurar.

Lo peor de todo es que no habría manera de saber cómo podemos ir al cielo cuando muramos. Cada quien intentaría vivir de la mejor manera, siendo bueno, con la esperanza de que eso funcione, pues no sabríamos que solamente a través de Jesucristo podemos obtener vida eterna.



Al final, si la Biblia no fuera nuestra guía, no tendríamos problema en leerla o no leerla. Sería un libro más, como cualquier otro. Y claro, no habría necesidad de escribir algo como esto.

Y todo esto, si la Biblia no fuera nuestra guía. ¿Te imaginas qué pesadilla sería?





En otras palabras… ¿Entiendes ahora por qué ocurren estas cosas?

Roguemos al Señor para que nos permita volver a Su palabra, y jamás volver a abandonarla.

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