Anteriormente hemos hablado sobre aquél David que reinó sobre un gran pueblo, que dirigió grandes batallas, que peleó y mató a un “supergigante” y miles de personas más el “sólo”.
¿Cuántas batallas has peleado? ¿Reconoces que tú solo lo has hecho y que no necesitas ayuda de nadie?
En muchas ocasiones como jóvenes nos gusta decir que hemos logrado triunfar “solos”, sin ayuda de nadie, y vaya que nos sentimos “pavorreales” (orgullosos) cuando lo decimos, sin embargo...
¿Se te olvida que hubo alguien que te dio desde un principio esa victoria y que peleó esa batalla por ti por amor?
Y ahora la pregunta cuya respuesta se resume en AMOR, ese alguien que te ha dado los triunfos ha sido, es y será DIOS.
En este cántico tan hermoso que David escribe para su Señor describe cómo es que fue Dios quien peleó cada de sus batallas, quien lo libró de la muerte, de las tinieblas, de sus momentos de desesperación, de aquellos en los que ya no podía más y que cuando el clamó, su LIBERTADOR apareció.
¿Cuántas veces has pasado lo mismo que David? ¿Cuántas veces que dices “¡Ya no puedo más!" Dios se manifiesta de una manera asombrosa? O ¿Acaso no ha sido Dios quien ha peleado por ti? Si piensas que no ha sido Él, temo decirte que no estás en Él y que por lo tanto no lo amas.
Hay algo muy importante que resaltar en esto, nuestro Dios nos ama y lo hace de una manera incondicional, sin embargo Él acudía a David por cuatro grandes razones:
1. Dios lo amaba y...
2. Lo miraba con agrado pues (vers. 20)
3. David guardaba sus caminos y no se apartaba de ellos (vers. 21)
4. Era recto/ integro ante Él (vers. 24)
David sabía que sin Dios él no era nada, no podía hacer ni conseguir nada, pero también sabía que Dios era una gran necesidad para su vida, era su roca y su amparo para ser feliz y sentirse seguro. Nuestro “matagigantes” buscaba ser fiel a su Señor, lo buscaba en lo más íntimo, guardaba su palabra, era recto, y como él mismo lo dice:
“El Señor me ha recompensado conforme a mi justicia, conforme a la limpieza delante de Él”(vers. 25)
Examínate, no piensas que Dios te deja y no quiere ayudarte y pregúntate si tú has sido fiel, si mereces ser recompensado así como David lo era.
Solo Dios es quien adiestra nuestras manos para la batalla, quien nos ciñe de las fuerzas para la pelea y nos cubre con ese escudo que es la salvación ¡SOLO ÉL NOS DA GRANDES VICTORIAS! Aférrate a Él; en tus batallas clama y Él te responderá y peleará por ti, pero reflexiona en lo siguiente:
“Tú eres fiel con quien es fiel, e irreprochable con quien es irreprochable; sincero eres con quien es sincero, pero sagaz con el que es tramposo. Das la *victoria a los humildes, pero tu mirada humilla a los altaneros” (2 Samuel 22: 26-28 NVI)
Recuerda:
Dios te arma de valor para la batalla, pero Él desde antes ya la peleó por ti...
Johanna Madrigal radica en Tabasco, México y
es colaboradora editorial de Jóvenes Askenaz.
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