Hace algunos años fuimos a la playa con la familia de mi esposa. Una de las tardes aprovechamos para pasar un rato en la alberca del hotel, y de paso jugar un rato con nuestras sobrinitas, entre las que estaba Estefanía, de apenas dos añitos, quien disfrutaba enormemente la alberca, a pesar de que aún no sabía nadar. Así que la sosteníamos mientras ella “nadaba” alrededor de la alberca. En cierto momento, la colocamos sobre el borde y le pedimos que saltara hacia el agua, hacia donde estábamos extendiéndole los brazos. Al principio dudó, pero no tardó mucho en tirarse al agua. Una vez que hizo esto, quiso repetirlo muchas veces más. Estaba confiada en que aquellos brazos que la habían sostenido tantas veces, ahora lo harían en el agua.
Mi esposa me contó que, algunos días después de esta experiencia, ocurrió un incidente curioso. Ella estaba en la sala de la casa de mi suegra, cuando Estefanía se acercó; se subió al brazo del sillón cercano a ella, y se tiró en dirección a mi esposa, quien logró sostenerla antes de que cayera al piso. Mi esposa, entonces, se dio cuenta de lo que ocurría. Estefanía estaba poniendo en práctica, y comprobando, lo que había aprendido en la alberca: que los brazos de sus tíos no la dejarían caer. Ella confió en que la sostendríamos... incluso cuando las circunstancias habían cambiado (¡ya no estaba en una alberca!). Sencillamente concluyó que si la habíamos sostenido antes, también lo haríamos ahora.
No lo dudó, simplemente lo dio por hecho.
Así debe ser nuestra fe en Dios.
Es la misma clase de fe que manifestó Abraham al obedecer a Dios, cuando Él lo probó y le pidió que le entregara a su único hijo, al que había esperado por mucho tiempo y que tanto amaba (Génesis 22:1-3) Confío plenamente en Dios, quien le había dicho “En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos.” (Hebreos 11:18-19) Dios no le había fallado antes, ¿por qué lo iba a hacer ahora?
Es también la fe de Moisés, quien dejó sus comodidades en el palacio de Faraón, y se expuso a la presión de la gente al salir de Egipto, con tal de alcanzar el galardón que Dios tenía para él (Hebreos 11:26) Conocía la peculiar historia de su nacimiento, y quién estaba destinado a ser. Sabía que Dios lo había salvado debido a Su propósito divino, y que lo usaría poderosamente. Dios lo había dicho, y sabía que Él lo haría.
También es la fe de David, quien se enfrentó al gigantón filisteo sabiendo que Dios lo había entrenado para ese momento: “El Señor, que me libró de las garras del león y del oso, también me librará del poder de ese filisteo.” (1º Samuel 17:37) Si Dios ya lo había ayudado antes, también lo haría ahora que Él le pedía actuar. No lo dudó, y simplemente se lanzó a los brazos del Omnipotente una vez más.
Así que, ¿hay algo en lo que hoy debes confiar incondicionalmente en el Señor? ¿Cuáles son las circunstancias en las que Dios te ha ayudado antes, y que ahora debes recordar para saber que también lo hará hoy?
¿Qué es aquello en lo que hoy mismo puedes estar seguro de que el Señor te sostendrá?
Quizá sea salir de una relación que te aparta de Dios, pero que temes dejar porque crees que te caerás.
Quizá sea una enfermedad desgastante, con la que has tenido que luchar y por más que lo intentas, no puedes ver “lo bueno” en todo ello. O tal vez sea tomar decisiones acerca de un trabajo, o qué carrera estudiar. Puede ser el atreverte a confesar ese hábito pecaminoso que tanto te atormenta y te roba la santidad, y al fin buscar ayuda. O simplemente aceptar ese llamado de Dios que tanto has pospuesto, y que temes encarar por temor al futuro y a la opinión de los demás.
No importa lo que sea. No importan las circunstancias. Sólo recuerda cómo el Señor ha sido fiel antes, y cómo te ha sostenido cada vez que te ha pedido avanzar, a pesar de tus temores. Piénsalo: Él te ha sostenido antes, y si Él te pide avanzar ahora, puedes estar seguro de que lo hará otra vez. Por ello, encara los nuevos retos con la misma convicción de aquellos que “por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros.” (Hebreos 11:33-34) Personas de las que Dios mismo dice que “el mundo no merecía gente así” (Hebreos 11:38ª) Sólo porque se atrevieron a confiar en su Padre, cuando éste les pidió avanzar.
Así que, párate en el borde, aviéntate al agua, y comprueba una vez más que sus brazos siempre te sostendrán, como Él lo ha prometido… y como lo aprendí en aquella ocasión a través de la fe de Estefanía.
Edgar David Miranda Marín es pastor de Jóvenes en el
Centro de Ministerio Juvenil, MÉXICO.
Ciudad Juárez, Chih.
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